Crecí en una familia que fue católica durante toda mi niñez. A los diecisiéis años acepté a Cristo como mi Salvador personal. Soy de provincia, pero a los diecisiete años viajé a Lima y después me enteré que mis padres habían aceptado a Cristo en sus vidas.

Viví en Lima muchos años, trabajando y estudiando. Me congregué en la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera, donde comencé a prepararme en los cursos de bautismo. Después de bautizarme, comenzó mi ministerio con los niños y también me preparé en la Academia Bíblica, donde sentí el llamado de forma más fuerte para servir a Dios.

Durante todo el tiempo que permanecí en Lima, asistí a la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera. Dios usó mucho al pastor titular de la iglesia para ayudarme a abrir la visión misionera, de ir por los que nunca han escuchado la Palabra de Dios. Él usó su Palabra para llamarme a la obra misionera, «Entonces oí una voz del Señor que decía: ¿A quién enviarè? ¿Quién irà por nosotros? Y respondí: —Aquí estoy, ¡envíame a mí!»

Dios usó este pasaje bíblico para que nunca me quedara tranquila. En el año de 1990 viajé a mi pueblo para acompañar a mi madre porque estaba sola. Es allí donde Dios me puso más carga en el corazón y comencé a trabajar con la iglesia Bautista. Mientras eltiempo pasaba, el llamado de Dios era más fuerte. Viajé a Lima y busqué consejería de mi pastor. Él, muy sabiamente, me dijo que me preparara en un seminario bíblico. Esto me pareció demasiado tiempo, pero luego decidí obedecerlo y me preparé en el seminario por cinco años, en el programa de seminario a distancia.

Mi deseo por estar en la obra misionera crecía cada día. Había un dolor profundo en mi corazón por aquellas almas que pasan a la eternidad sin Cristo. En el año de 1996 comenzó mi trabajo con la Asociación Segadores, una asociación misionera que trabaja de forma interdenominacional. Capacita misioneros para pueblos no alcanzados y promueve la visión bíblica misionera. Segadores es un canal de bendición para mi vida para poder llegar a los pueblos menos evangelizados de la selva del Perú. Al inicio de mi ministerio con la institución, no podía salir al campo porque tenía la columna muy enferma. Años atrás me caí de un caballo, y de esta forma quedé mal de salud. Un día oré a Dios y le dije: «Te voy a servir en la obra misionera, con salud o sin salud». Desde ese momento, Dios abrió las puertas para viajar a las comunidades nativas yaneshas y asháninkas.

Durante este proceso tuve que pasar por varias experiencias nuevas para mí como estas: * Comer caracoles de tierra con vísceras e insectos semi crudos (chicharras), y tomar el masato de yuca fermentada (he visto cuando lo elaboran masticando la yuca, y echando agua del río). * Dormir en tablas desniveladas y duras. * Caminar largos kilómetros a pie. * Dormir en una habitación sin puertas y sin ventanas. * Hacer el aseo personal a la vista de todos. * Aprender un idioma que no es fácil. * Usar las vestimentas típicas. * Comprender que la limpieza en la comunidad es de las mujeres, ya que ellas se dedican a limpiar los desmontes

que crecen en el pueblo, arriesgándose a encontrarse con animales peligrosos como la serpiente, y escorpiones.

Cierto día llevé el globo terráqueo a una comunidad asháninka y les dije: «Vamos a orar por misiones», y una mujer me dijo: «Yo no sé orar» (ella asistía ya a una iglesia ashàninka). Creo que todos estaban igual que ella. Enseñar el evangelio en español era un choque transcultural, porque no entienden los términos espirituales y tampoco comprenden bien el español Las enfermedades no son solamente por la falta de higiene y el descuido de la alimentación, sino que son por los espíritus que rodean a la comunidad.

Para ellos, la planta de yuca es algo valioso. Un día, sin saberlo, rompí una rama de yuca. Para los niños fue una ofensa y a todos les contaban, acusándome de haberlo roto. Las mujeres no son respetadas, ya que los hombres son machistas y no les dan valor a sus mujeres. Las niñas menores de edad (de nueve a catorce años), son casadas con hombres adultos. Los padres escogen a los esposos para sus hijas. Realmente, es triste ver cómo desde muy jóvenes tienen hijos y hacen las labores de mujer. He estado laborando para la obra del Señor, visitando frecuentemente a la comunidad nativa asháninka desde hace cinco años. Cada vez que estoy a lado de ellos es un gran desafío, pues la cultura es muy diferente y hay gran necesidad de llevar el evangelio en su propia lengua.

Los niños no son valorados. Tienen falta de amor y cariño por parte de sus propios padres, quienes creen que los niños hacen brujerías a las personas. Una mujer de la comunidad se enfermó de hemorragia y fue a consultar a la curandera para saber qué es lo que tenía en su cuerpo. Le hicieron baños de vapor con varias hierbas (plantas medicinales). La curandera tuvo un sueño que le indicaba que un niño llamado Roger tenía poderes para hacer la brujería; entonces comenzaron los castigos físicos y emocionales para el niño, pensando que así le iban a quitar los poderes de brujería que tenía sobre la mujer enferma. Al niño lo botaron de la comunidad y dormía en el monte, expuesto a peligros.

Cuando nos enteramos de esto, reunimos a los creyentes para advertirles que lo que le estaban haciendo al niño no era bueno ante los ojos de Dios. Pensamos que ellos nos habían entendido, pero los creyentes se molestaron con nosotros. Después de un tiempo, nos enteramos que se habían quejado con el jefe de la comunidad, diciendo que nosotros les estábamos prohibiendo que fueran al curandero, y nos iban a prohibir la entrada a su comunidad. Cuando nosotros nos enteramos, pedimos perdón a la comunidad por intervenir en su cultura sin saber cómo era, y les pedimos permiso para poder vivir dentro de ellos. Nuestro objetivo es aprender el idioma y así poder hablarles de la palabra.

Es hermoso estar rodeado de las personas, transmitiendo el amor verdadero de Dios por medio de gestos, aún sin entender su idioma. En mi corazón hay un despertar muy fuerte para invitar a las personas a que se involucren en la Gran Comisión antes de la venida de Cristo; porque hay tribus sin la presencia de un misionero que los guíe hacia la salvación. Muchas personas van a la condenación porque nunca han oído que hay un camino hacia el Padre Celestial. Están desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:36).

Los nativos se alegran con nuestra presencia, pues saben que les llevamos un mensaje de amor y esperanza. Los niños nos ven como sus amigos. Al comienzo del ministerio, sentimos fuertes desánimos y pensábamos: «¿Qué estamos haciendo en esta tribu? Esta gente no sabe nada», y muchas veces sentíamos dolores de cabeza. En las noches, nuestros sueños no eran agradables, se sentía la presencia del enemigo. Hemos podido superar esta área por medio de la oración en equipo.

La creencia de los nativos está basada en espíritus malignos; para ellos existe la brujería en todo aspecto. Ellos creen que el brujo tiene un espíritu malo y que el curandero tiene un espíritu bueno. También creen que el canto de las aves anuncia lo malo. Se duermen temprano por temor a los espíritus (Tunche) que salen del cementerio, pues piensan que les pueden hacer daño. Hemos tenido que enfrentarnos con animales peligrosos como serpientes venenosas, que aparecen cuando menos lo imaginamos. Satanás ha tomado la mente de las personas y sólo el poder de Dios y su Espíritu Santo pueden liberarlos de esas ataduras espirituales. Dentro de la comunidad nativa asháninka, los habitantes son refugiados y hay niños huérfanos y viudas, como resultado de la violencia social.

Cuando llegamos a esta comunidad, ellos vivían entre el monte y no tenían agua potable ni alimentos para darles una buena alimentación a sus niños. Encontramos niños desnutridos y con diversas enfermedades, no tenían cambio de ropa y, sobre todo, tenían una baja autoestima. Su rostro reflejaba tristeza y dolor por sus experiencias vividas. Esto me motivó a buscar la voluntad de Dios, dejando que Él obre para ayudarlos a salir de esta situación.

Organizamos una campaña médica en esta comunidad, con profesionales de salud y donación de ropa usada como frazadas, mantas, y prendas gruesas. Una de las necesidades más urgentes era el agua potable, ya que ellos sólo se proveían de aguas estancadas que contribuían a la propagación de diferentes enfermedades e infecciones intestinales. En la actualidad, ellos gozan de una pileta que les brinda el agua potable. Tenemos un comedor para niños, madres de lactantes y las gestantes. Damos desayuno tres veces por semana, gracias a la provisión de nuestro Dios amado. También hemos podido establecer amistad más estrecha con los de la comunidad, esto nos favoreció para entender su cosmovisión y para hacer un trabajo integral en medio de ellos.

Paralelamente a estos trabajos, estoy dirigiendo el programa de entrenamiento misionero para niños y adolescentes (hijos de misioneros y obreros nativos), que hemos denominado ETAE JUNIOR. Esto ha ayudado a nuestros niños a identificarse con el trabajo de sus padres y a captar la visión misionera si en el futuro Dios los llama para que vayan a los no alcanzados del mundo. Actualmente, algunos de estos niños están dirigiendo células con otros niños nativos, enseñándoles la Palabra de Dios en su idioma, con el método cronológico de la Biblia. Formo parte del equipo de Plantación de iglesia en la Comunidad Nativa de San Fausto (ashéninca), enseñando trabajos como corte y confección para que elaboren su propia ropa, lo cual nos acerca más a ellos, y por su parte, ellos aceptan nuestra amistad. Nuestras expectativas son:

* Enseñar la Palabra de Dios con el método cronológico de la Biblia. * Plantar una iglesia cristiana autóctona para ver el crecimiento de verdaderos seguidores de Cristo, capaces de enseñar a otros. Entre nuestros frutos podemos mencionar: * Los hermanos refugiados han cambiado su forma de vida, son más sociables y confiables, son guiados por un comunero a quien respetan como autoridad puesta por Dios. * Ahora viven honradamente entre ellos y son ejemplo para otras comunidades, pues dejan ver su unión de compañerismo al hacer sus labores y son de buen testimonio para los demás. Nos brindan su protección y nos reciben con un cariño fraterno. * Algunos de los niños y adolescentes que se han capacitado están enseñando la Palabra de Dios en su propio idioma a otros niños. Mi deseo es de ir y vivir en una comunidad nativa no alcanzada por el evangelio, aprendiendo su cultura y su idioma, para poderles hablar de la maravillosa obra de Cristo en la cruz y levantar una iglesia autóctona en la comunidad. Quiero seguir preparándome en estimulación temprana del niño de cero a cinco años. Creo que este trabajo ayudaría a la comunidad a valorar a sus niños y a que los niños tengan una educación. Con la educación lograremos el cambio para un futuro prometedor. También quiero tener preparación de la Cruz Roja Internacional en Primeros Auxilios para ayudar a las personas que necesitan mi servicio.

Mi mayor frustración es que no hay personas comprometidas para trabajar entre las comunidades nativas. Mi oración es que el Señor envíe obreros a su mies. Hay muy pocas personas comprometidas para respaldar con sus oraciones a los misioneros que están en el campo.

Mi salud es una de mis frustraciones, porque siempre tengo que regresar a la ciudad para mis terapias físicas. Otras comunidades nos piden que vayamos hacia ellos, y no nos abastecemos porque somos pocos.

«La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros —les dijo a sus discipulos— pídanle, por tanto, al señor de la cosecha que envíe obreros a su campo». Mateo 9: 37-38 (nvi)